
Sabía que eso no iba a resultar. Estaba agotado, desahuciado y decidió descansar un rato. Sin embargo, no logró conciliar el sueño. Sólo logró incursionar en nuevas piruetas en la cama para encontrar la posición, pero ninguna funcionaba. Asi que se levantó.
Escuchó la sirena de la policía, y se sentó exaltado. Algo adentro suyo le decía que no estaba bien. Prefirió entonces ir a la cocina y fijarse en la heladera si había algo para comer.
Necesitaba aclarar su cabeza, y es por esto que salió a tomar aire.
Era muy chiquitito. Por más que caminara rápido, la distancia que alcanzaba siempre era corta comparada con el ritmo de los demás. Se vestía de verde y llevaba un gran sombrero. Su expresión era muy pura, muy tierna. Tenía en sus ojos una claridad muy difícil de comprender por cualquiera que no supiera ver el alma. Y ésta era su esencia, mirar siempre más adentro, más profundo.
Su inocencia era tan grande... parecía de otro mundo, era irreal. Estaba acostumbrado a ver abuelos sentaditos en sus sillas mecedoras rodeados de nietos atentos a sus relatos, envueltos en grandes sonrisas y a un viejo de una blanca y larga barba cargando una inmensa bolsa llena de regalos, siempre al límite de atascarse en las chimeneas de Diciembre.
Es por esto que su nueva realidad lo asustaba tanto. Lo primero que vio al empezar a caminar fue a dos hombres en un rincón en una situación muy desagradable a su vista. Quedó tan asqueado por esto que tuvo que meterse en un bar para tomarse un té y calmar sus náuseas. Pero apenas el mozo pudo alcanzárselo, cuando una prostituta se le acercó a la mesa para ofrecer sus servicios. No supo cómo reaccionar, qué decir (no quería ser descortés), asi que sólo atinó a salir corriendo, llevándose por delante todo lo que había a su paso.
Corrió, corrió hasta caer inconsciente. Estaba superado. Sintió un vacío tan grande en su interior que hizo que se diera cuenta de que la nada significa muchas cosas. Tristes, fatídicas, mortales.
Cuando volvió en sí, notó que se había lastimado, pero no tenía fuerzas ni para intentar curarse.
No pudo más que llorar. Suavecito, primero, con más ganas, después. La tristeza, la melancolía, la nostalgia eran algunos de los sentimientos que invadían su pequeño cuerpo en ese momento. Y esa nada fatídica de la que hablaba terminó siendo mortal para él. Con la dulce diferencia de que eso significaba paz, ternura y un todo otra vez. Se sintió morir, convirtiéndose en un ser grande, hermoso, entero y eterno.
(1999)
Qué ternura!!!!!
ResponderEliminarTu musa inspiradora te sacó un cuento muy dulce de tu alma.
Esos seres pequeños, llenos de magia, misterio hace que en ellos podamos depositar muchas expectativas. Hermoso!!